Un amigo mío, consultor de comunicación y lobista, fue requerido hace años por un constructor para que ayudara a un político embarrado a salir limpio del lodazal. «Tómate al menos un café con él y luego decides», le ofreció el constructor a mi dubitativo amigo. Mi amigo se tomó el café, comprobó la pasta de la que estaba hecho el personaje y dijo que no. Cuando volvió a su oficina, recibió una llamada del constructor: «Pásame la factura por tus servicios», le dijo. «Por tomar café yo no facturo todavía», le contestó, y ahí terminó mi amigo su carrera como Señor Lobo, antes de empezarla.
El Señor Lobo -ya lo saben ustedes, pero lo recuerdo por razones de procedimiento narrativo- es aquel personaje de Pulp Fiction que funcionaba con un eslogan imbatible («Soluciono problemas») y que era capaz de desplazarse en diez minutos a un sitio que estuviera a media hora de distancia.
Tipos con el aspecto y los métodos del Señor Lobo no debe haber muchos en el mundo del lobby, pero sí hay, ha habido y seguramente habrá lobistas tramposos, como los hay entre los fontaneros y los taxistas, y hay clientes que los buscan y los demandan, del modo que se demandan fontaneros y taxistas que te cobran sin iva o que te trampean la factura que le pasas a la empresa.
El lobista que buscaba el constructor que llamó a mi amigo pertenecía seguramente a esta especie de mercenarios chapuceros, y no debió encontrarlo, o no lo suficientemente cualificado, porque el político de la anécdota terminó poco después en el trullo.
Buena parte de la mala fama del lobby viene derivada de la imagen que de él se ha transmitido a través del cine y la televisión. Los guionistas, contra lo que suele creerse, tienen poca imaginación, y las historias que cuentan se las han encontrado en la vida real. La mayor parte de los lobistas de la vida real no pasan de ser aburridísimos ciudadanos (y ciudadanas, claro) sin otra heroicidad que sus apuros para llegar a final de mes. Pero los guionistas prefieren quedarse con los malos, mucho más atractivos y emocionantes en sus aventuras y por eso son los malos los que devienen en personajes de ficción.
El mayor secreto del lobby
Lo dice con frecuencia una lobista de postín: «El mayor secreto del lobby es que no tiene ningún secreto», pero se refiere, naturalmente, al lobby profesional, serio y ético, que se dedica a poner en contacto a sus clientes con las instituciones y a ayudar a unos y a otros a canalizar el diálogo y el entendimiento.
Hay quien sostiene que lo otro, lo que hace el Señor Lobo, o lo que hacen los profesionales de las agendas ocultas y de las puertas giratorias no es lobby. Yo no lo tengo tan claro. ¿Es fontanería lo que hace el fontanero que cobra en negro?, ¿es taxista el que traslada a un cliente donde el cliente le pide y le da un recibo por el doble del importe? A mí me parece que sí, pero me parece también que el fontanero y el taxista que hacen trampas deben ser denunciados y sancionados por ello.
Lo importante en cualquier profesión es contar con reglas claras para saber a qué atenerse y el mayor problema es que el lobby, en España, no las ha tenido durante demasiado tiempo. La Unión Europea supo ponerlas en su ámbito desde el principio y eso ha ayudado a prestigiar la profesión y a engrasar el funcionamiento de las instituciones europeas, mientras que los países miembros siguen en general un poco perdidos, envueltos en el tradicional sopor de los Estados tradicionales. Anunció el ministro Iceta hace unos días que ahora sí que sí se ponían a ello, a regular el lobby y a marcar las reglas, tal como habían prometido que harían los actuales partidos del gobierno. Pero, por si acaso, -que por algo llevan diez años todos los partidos anunciándolo y posponiéndolo- los lobistas españoles, los que se agrupan con transparencia y honestidad bajo las siglas de APRI, decidieron hace unas semanas aprobar un Código de Conducta que obliga a sus asociados a autorregularse. Ya tenían uno, pero había envejecido y tenía lagunas. El nuevo, que deberá firmar cada socio de puño y letra bajo pena de exclusión, obliga a cosas tremendas: a ser veraz y trasparente, a ser neutral e incorruptible, a respetar las incompatibilidades y la confidencialidad. Obligaciones que algún día tendrán que estar contempladas en la regulación administrativa correspondiente, del mismo modo que los taxistas y los fontaneros tienen obligaciones determinadas por las normativas que afectan a sus gremios.
¿Que habrá incumplimientos del Código de Conducta? Probablemente. ¿Que habrá lobistas que no se integrarán en APRI y por tanto no se verán sujetos a ningún compromiso?. Por supuesto, y serán muy libres de hacerlo. ¿Que habrá periodistas que sigan titulando que «el lobby de tal sector presiona para obtener tales beneficios»? La prosa periodística es lo que tiene. Pero, entretanto, la profesión avanza poco a poco en una dirección antitarantiniana: dentro de poco, el Señor Lobo se habrá quedado sin trabajo.
Publicado en La Política Online 31/03/2021