Me escribe Nora un wasap largo y enredado, cargado de faltas de ortografía, que traduzco como puedo.
(Si vierais su wasap os preguntaríais cómo fue capaz de escribir su historia en Todo en orden. Os confesaré un secreto: yo le eché una mano. Pero de eso hablaremos otro día.)
Me dice que vive en un pueblo cerca de Madrid y que baja casi todos los días a la capital.
Un pueblo, a lo que parece, un poco más grande que el que ella gobernó, pero no mucho más.
Y dice que, tanto en su pueblo como en Madrid, todo está patas arriba.
Todo en obras.
«Tú sabes, como yo, -me dice- que esto tiene que ver con las municipales. A ver: para que, cuando la gente vaya a votar, esté todo niquelao».
Y sigue: «Yo también lo hacía, claro. Venga obras un año antes de las municipales».
«No sé si sirven para algo. Porque a mí me parece que, a los vecinos, cuanto menos se les dé el coñazo, mejor»
«Pero es lo que hace todo el mundo. Y yo, además, de cada obra me sacaba un pico… Yo, eh: no digo que los demás lo hagan».
«Es que estoy muy fuera de la política, la verdad, y no sé ya cómo va esto».
«Llámame un día, que a mí lo de escribir me mata, y comentamos».
Ya digo, el wasap va lleno de faltas, de abreviaturas y de emoticones. Pero esto es más o menos lo que he entendido.
Qué mujer.
La historia de Nora se puede leer aquí y cuesta, más o menos, lo que un vermú con aperitivo. También se puede comprar, en papel o en digital, en la editorial Adarve.