Domingo, 15 de marzo de 2020
Estoy infectado, no me cabe ninguna duda. Ayer empecé a notar los primeros síntomas, pero soy un tipo tan disciplinado que he esperado hasta que se publicara el Real Decreto que declara el estado de alarma para enfermar oficialmente. Anoche me acosté tarde, con algunos síntomas inconfundibles, particularmente cansancio y dolor en las articulaciones. Me dolía también un poco la cabeza, pero lo achaqué al hecho de que era el primer día que no había salido ni un momento a la calle. Me dormí antes de lo que me hubiera gustado, sobre la una, y eran un poco más de las tres cuando me desperté temblando, con fiebre y con escalofríos. Como no quería despertar a Y. me agazapé en la cama y he esperado pacientemente el amanecer. No he pensado demasiadas cosas, ni demasiado trágicas. Tampoco me he asustado, por supuesto. Fui asmático desde muy pequeño, y en los últimos años se me ha recrudecido. Y sé lo que son los procesos bronquiales: incómodos, desagradables, pero se sale de ellos. Me preocupa más Y. porque ella es más aprensiva y vive estas cosas con angustia. Como además es probable que se contagie, dado lo pequeño que es el apartamento en el que vivimos, sospecho que el panorama de los próximos días va a ser complicado. El único aspecto positivo de esta situación es que me permitirá seguir la trayectoria de este animalito, el coronavirus, con un conocimiento de causa mayor que la mayoría de la población. Ser un privilegiado, aunque sea de la enfermedad, tiene su aquel…
En intervalos regulares he insistido en la llamada. Inútil: «Todos nuestros operadores están ocupados»
Cuando escribo son casi las ocho de la mañana. Nos hemos levantado alrededor de las seis y lo primero que he hecho ha sido llamar al teléfono de atención habilitado por la Consejería de Sanidad de la Comunidad de Madrid. He llamado insistentemente y no he conseguido ser atendido. Me he duchado, me he vestido, he desayunado, me he sentado a escribir y en intervalos regulares he insistido en la llamada. Inútil: ”Todos nuestros operadores están ocupados”. Esta es la primera constatación en carne propia de esta epidemia: el Estado no está preparado ni siquiera para algo tan simple como atender una consulta telefónica. Y no lo digo como un reproche, sino como un hecho. (Una preocupación estadística: si no consigo que me cojan el teléfono y paso la infección en casa sin atención médica, mi caso no se recogerá. Si me atienden por teléfono, pero no me hacen el test, ¿cómo sabrán que lo mío es Covid-19?, ¿dónde me recogerán estadísticamente?).
10:49 a.m.
No son aún las once de la mañana y el día se hace interminable. Llamo sistemáticamente al teléfono de información sin resultado. Hemos hablado con L. y le hemos contado. Lo he visto preocupado, pero no alarmado. De momento hoy no necesitamos nada. He hecho taichi, que me sienta muy bien y es el único ejercicio que me puedo permitir en mi estado, y he tomado dos cafés inmensos. No hemos visto televisión hoy todavía ni hemos escuchado la radio, porque los informativos de los domingos son deleznables, y los periódicos ya no tienen el sentido que tenían por la mañana porque apenas aportan nada nuevo a lo que dan por la noche. De manera que tengo la cabeza despejada de la absurda barahúnda de cifras con la que nos fríen cada día. De momento, leo y escribo. Dentro de un rato vamos a ver una serie… Sin internet, sin tecnología, todo sería mucho más estéril.
14:00 p.m
Cuando me desperté esta mañana tenía más de 38 de fiebre, que en mí es mucho, pero una vez que me tomé el paracetamol me bajó y sigue toda la mañana por debajo de 36. Dice Y. que pregunte cuando me cojan el teléfono, pero no lo cogen nunca. Como siempre que estamos juntos en casa, hemos comido antes de las dos. Ensalada de tomate, bonito y huevos de codorniz, un poco de pan y un plátano. En mi caso, un vaso, escasísimo, de vino. Nos hemos puesto a ver los informativos de televisión pero la reiteración termina por aburrir…, así que optamos por dormir la siesta. Yo lo necesito.
16:00 pm
He dormido justo una hora y he retomado las llamadas al servicio de atención especial. Llevaba un total de 12 llamadas cuando me lo han cogido. Una joven muy amable me ha pedido mi número de DNI (¡la estadística, he pensado!) y, antes de decírselo, se le ha caído el sistema. Me ha pedido perdón y me ha indicado que me mantuviera a la escucha. Al cabo de unos segundos la llamada se ha cancelado. La decimocuarta llamada también ha sido exitosa. Muy amable, la operadora me ha hecho cuatro preguntas: DNI, fiebre, tos, dificultades para respirar. Al contestarle todo afirmativo («solo sí o no, por favor: tengo que rellenar una casilla»), me ha dicho: “Transfiero su llamada al servicio de atención sanitaria». Tras una espera razonable, de nuevo la misma operadora: “El servicio está saturado y no me lo cogen. El caso está abierto, pero, en lo que le llaman o no, puede ponerse en contacto con el número de urgencias de su ambulatorio o en el 112 o en el 061”. Como el del ambulatorio es el mismo con el que estoy hablando, marco el 061. Me lo cogen a la primera. Es un hombre joven, sin duda, pero algo bronco, suspicaz, probablemente mareado por varias jornadas de mucha presión. Me vuelve a preguntar lo mismo, intenta también transferir la llamada sin conseguirlo y me dice que «los servicios médicos, su coordinadora, decidirán qué hacer con su caso». Desde mi inocencia pregunto: «¿Me llamarán, entonces?». Responde de malhumor: «Le digo que decidirán qué hacer». Insisto: «¿Y eso incluye llamarme o no llamarme?». «En efecto, así es».
Tenía, cuando empecé la ronda de llamadas vespertinas, 37’5° de fiebre. Me he tomado el segundo paracetamol y he merendado un macaron exquisito con té verde. Estoy activo y supongo que eso es bueno. Hemos hablado con L. para contarle mi experiencia médica. Es más joven y socialdemócrata que yo y se ha quedado un poco desolado viendo cómo el Estado hace el ridículo. Yo, con más años, ya sé que es una estructura vieja, anquilosada e inútil que, además, nos cuesta una fortuna.
Al hilo de esto: anoche, a las 10, estábamos todos convocados a las ventanas para aplaudir a los que ahora llaman los sanitarios -las tazas de los váteres, que fueron en su tiempo- y antes eran los profesionales de la salud. Se trata de una iniciativa, la de los aplausos, impulsada en su momento por los italianos. Ellos concluían siempre entonando el himno de la nación. Anoche, en el Madrid de Chamberí , se aplaudió con cierta intensidad, hubo algún aislado viva España que nadie secundó y se acabó de un modo un tanto desangelado. Parece que hoy a las 20 horas se repetirá la iniciativa.
23:38 pm
Fiebre de 37,5°.
Entrada publicada en el blog Enfermo de covid el 14/04/2020