De qué se ríen



Allá por 1973, el poeta uruguayo Mario Benedetti publicó un poemario, Letras de emergencia, que contenía un poemita titulado De qué se ríe (Seré curioso), y poco después el cantautor, también uruguayo, Quintín Cabrera le puso música y lo grabó bajo el título Seré curioso. La canción se editó e interpretó con posterioridad en multitud de ocasiones por muy diferentes artistas, utilizando indistintamente los dos hemistiquios del poema original.

Yo siempre la llamé De qué te ríes, acaso porque en mi lejana juventud fui muy fan de Benedetti (luego se me pasó). La escuché mucho en su día, la olvidé durante años, y hace un par de ellos la volví a recordar, no recuerdo por qué, e incluso la descargué en uno de mis playlist de Spotify. La canción es infumable, naturalmente: una milonga facilona con una letra demagógica y tramposa, como suelen serlo todas las letras que los poetas pergeñamos. Pero a mí me sigue gustando, qué quieren que les diga.

El caso es que me he vuelto a acordar de ella estos días. Y les cuento por qué.

Más de un mes confitado

Ya saben que desde hace más de un mes no salgo a la calle. Una semana enfermo en casa sin que nadie me hiciera mucho caso, como conté en mi entrada anterior; veinte días en el hospital, con una historia sobre la que no quiero hacer espóiler, y otros ocho días, de nuevo en casa, confitado (me encanta la expresión) en una habitación aislada, me convierten en un tipo que bien podría sentirse como el Segismundo de Calderón si no fuera por esta cosa de las que algunos recelaban antes y que han venido en llamarse las nuevas tecnologías.

No salgo, pero me entero de todo. Leo, me cuentan, me llaman, veo, me llegan voces y rumores, y así, para empezar, me voy enterando de que en España han muerto hasta la fecha, víctimas del SARS-Cov2 (o lo que el común, desde el presidente hasta el último gacetillero, llaman el coronavirus) algo más de 18.000 personas, y más de 125.000 en todo el mundo. 18.000 españoles muertos en apenas mes y medio, y eso si nos ajustamos a las cifras oficiales, más que dudosas como todo el mundo sabe. Una media de 500 muertos diarios, a los que hay que sumar enfermos, familiares, deudos, amigos y todo lo que los rodea. Dieciocho mil muertos, que, cuando acabe esto serán algunos miles más y que supondrán una cifra como no se había visto en España probablemente desde la guerra civil.

Y yo, como no salgo, y soy una de las víctimas -en mi caso, la bola cayó en la casilla blanca por casualidad y por el esfuerzo de los médicos- me paso el día y las noches obsesionado con el horror que he visto, con el que he vivido y con el que sé que muchos siguen viviendo -y muriendo cada día. Pero me cuentan que en las calles desiertas, al atardecer, cuando los vecinos salen a las ventanas y a las terrazas, y a los balcones, y aplauden a los trabajadores de la salud y los de los demás sectores que mantienen la ciudad viva, se van organizando cada vez más unas bonitas algaradas, tan propias del pueblo español en general y del madrileño en particular. Tras los aplausos, en Italia se cantaba el himno nacional; aquí viene la juerga, y hay quien canta, y quien da palmas, y quien toca la guitarra, y quien charla con el vecino, y quien tira los tejos al o a la de enfrente, y todo el mundo se lo pasa fenomenal porque, oye, llevamos tantos días confinados, que también tenemos que desahogarnos y reírnos un poco.

El derecho a la risa

Nada que objetar al desahogo y a la risa. (A ver si se van a creer que yo soy como Jorge de Burgos). Nada que objetar al desahogo personal de cada uno. Pero colectivamente, socialmente, civilmente, no puedo evitar hacer mía la pregunta del poeta: ¿De qué se ríen? Sé perfectamente que no se ríen de los muertos, ni de los enfermos, ni de las víctimas. Se ríen porque quieren olvidar esta pesadilla. Lo entiendo. Algún día sin duda podremos pasar página y reírnos, aunque espero que nunca olvidarnos. Pero ahora no. Ahora se nos están muriendo 20 personas cada hora y no hay ningún motivo para reírse, ni para bailar, ni para hacer bromas. Es el momento del duelo, es el momento de las lágrimas, es el momento de estar al lado de los que sufren. Y el que quiera bailar, que lo haga tranquilamente en su casa, sin molestar a nadie.

Me dicen que mi vecina del tercero -una señora mayor, que ha vivido cosas terribles con una dignidad admirable y que acaba de perder a un familiar muy próximo, víctima de la covid-19, ha sacado al balcón una enorme bandera de España con un crespón negro.

¿De qué se ríen?

Entrada del blog Enfermo de covid 16/04/2020