Mi amigo socialista


En mi ya lejana juventud tuve muchos amigos socialistas. Docenas. Profesionalmente estuve durante años vinculado a la Administración de Felipe González y además me sentía sentimental e ideológicamente identificado con lo que representaba el PSOE de aquellos años, de manera que, aunque no tuve el carnet del partido, mi entorno estaba lleno de socialistas con los que mantenía relaciones de amistad o buen rollo.

Pasaron muchos años y todos fuimos cambiando. Me alejé definitivamente de la esfera de la Administración, el partido socialista se lanzó a un proceso de transformación cuando menos llamativo, pero sobre todo el mundo fue cambiando y yo fui cambiando con él. Cada vez más, a medida que maduraba, preferí aprender a hacerme preguntas antes que manejar respuestas prefabricadas y, con el tiempo, llegué a la conclusión de que las ideologías -todas las ideologías- cumplen la misma función que las religiones: dan mucha tranquilidad para sobrellevar las incertidumbres, pero no resuelven nada.

A mis amigos socialistas -no digamos a los amigos comunistas que también he tenido- esta actitud crítica les pareció fatal.

Pero mi perplejidad llega más lejos si la reflexión de mi amigo la maduro no ya como enfermo sino como ciudadano. Hemos tenido suerte de estar gobernados por la izquierda, dice. Y gracias a ello somos el país del mundo con mayor número de muertos por cada cien mil habitantes. Campeones del mundo. Lo más. Dicho sea sin entrar en otro tipo de valoraciones y balances que habrá tiempo más que sobrado de hacer.

A mis amigos socialistas -no digamos a los amigos comunistas que también he tenido- esta actitud crítica les pareció fatal. Con esa pasmosa facilidad con la que la izquierda se atribuye una superioridad moral fuera de toda duda, mis amigos dictaminaron que me había hecho de derechas. Es inútil que les insista en que no me he hecho de nada, sino que me he quitado de todo y, lo que es más, que mis divergencias no tienen nada que ver con posiciones ideológicas -que me parecen vacías- sino con la convicción de que el mundo contemporáneo, tan complejo, tan líquido, tan cargado de retos, sigue siendo administrado por unas herramientas perfectamente inútiles y obsoletas como son las del Estado burgués de los siglos diecinueve y veinte, con sus partidos, sus burócratas y sus garambainas.

Mi problema, desde hace ya muchos años, no es que gobiernen socialistas o populares, ciudadanos o podemitas, los hunos o los hotros, sino que lo hagan a través de una estructura inmensa e ineficiente, que a cada contribuyente nos cuesta una fortuna y que además no tenemos manera de controlar. Me duele dilapidar el dinero público -que es nuestro dinero- sin dar respuesta a las verdaderas necesidades de la sociedad y no digamos a su futuro.

Desde que empecé a pensar estas cosas – ¡y no digamos desde que empecé a decirlas!- me fui quedando sin amigos socialistas. Debió ser casualidad, no quiero atribuirlo a una relación causal con mis nuevas convicciones políticas, porque siempre he pensado que la amistad se sostiene sobre pilares más sólidos que el frágil andamiaje de las opiniones. Pero el caso es que, si hoy repaso mi agenda, encuentro que en la lista de socialistas con que en otro tiempo traté constan -qué pena- algunos fallecidos, algunos renegados como yo, dos o tres expulsados por motivos diversos con los que aún mantengo la amistad, y unos cuantos activos que dudo que me cogieran el teléfono si se me ocurriera activarlo.

Por eso me halaga que me quede un amigo socialista, diputado autonómico en ejercicio, que tuvo el detalle de llamarme cuando supo que me había convertido, profesionalmente, en enfermo de la covid-19. Me llamó, y hablamos, y supimos -pese a que habían transcurrido muchos años desde la última vez- que aún nos teníamos aprecio. Pero mi amigo socialista no perdió la ocasión de reprocharme que ya no fuera de izquierdas y que no supiera agradecer la suerte que he tenido de enfermar bajo un gobierno de su partido.

Me dejó un poco perplejo su reflexión. En primer lugar porque, desde la única autoridad que me otorgo, que es la de enfermo, puedo atestiguar -y así lo estoy haciendo en estas páginas- que la gestión de mi enfermedad por parte del Estado fue muy deficiente. Pero, puesto que vivo en Madrid, es la derecha quien gestiona tanto el centro de salud que me (des)atendió durante una semana, como el hospital que me proporcionó todo tipo de recursos a partir de mi ingreso. A nivel personal, por tanto, y miradas las cosas como las mira mi amigo, ni debo ni dejo de deber nada a la izquierda que nos gobierna. Mis reclamaciones irán a donde tengan que ir y mis agradecimientos, a los profesionales que me sacaron adelante con un esfuerzo indescriptible y maravilloso, cuyas creencias ignoro y de cuya ideología no sé una palabra.

No tuve reflejos para decirle a mi amigo socialista que intento entender su punto de vista -el punto de vista de alguien que lleva cuarenta años viendo las cosas desde una única óptica ideológica, tan respetable como monocorde-, pero que yo, como enfermo y como ciudadano, sostengo que las ideologías no han hecho nada ni por mí ni por el resto de las víctimas, que la estructura del Estado -central y autonómico- ha vuelto a demostrar su perfecta inoperancia y que solo cabe esperar respuesta, en la catástrofe, de las redes de apoyo social y del tejido solidario que, con más o menos intensidad, nos prestamos unos a otros.

A mí me gusta que mi amigo siga siendo mi amigo. Lo de que sea socialista, me importa menos.

Entrada del blog Enfermo de covid – 10/05/2020