Hay una historia muy olvidada, sobre la que todo el mundo -y sobre todo la parte más socialista madrileña de todo el mundo del mundo – ha hecho lo posible por echar grandes paletadas de olvido: la historia moderna del Mercado Puerta de Toledo .
Este antiguo enclave había sido durante muchos años el mercado central de pescados de Madrid (el principal puerto de España, se decía de él) hasta que la ampliación de la ciudad obligó a sacarlo fuera, a Legazpi, y luego, muchos años después, a Mercamadrid.
Aquellas instalaciones del antiguo e inhóspito mercado central quedaron, abandonadas y cochambrosas, en un suelo que, por razones que no son ahora del caso, estaba protegido del uso privado y residencial.
Llegan los años ochenta del pasado siglo. En España en general, y en Madrid en particular, los socialistas lo eran todo. Tomen nota, por ejemplo, de un año al azar de aquella década. 1986, por ejemplo. En enero muere en olor de santidad política el alcalde en ejercicio Enrique Tierno Galván y le sucede Juan Barranco, su número dos, con la seguridad y la confianza con que las ahora se transmiten las vicepresidencias de unos a otras, sin sospechar siquiera que muy poco después será arrojado de la alcaldía a la que el PSOE no ha sido capaz de regresar aún. Ese mismo año, en junio, Felipe González obtiene una arrolladora victoria en las urnas y comienza su segunda gloriosa legislatura como presidente del Gobierno. Y ese mismo año, Joaquín Leguina cumple su tercer aniversario al frente de la naciente Comunidad de Madrid con una mayoría más que sobrada para establecer las pautas de la nueva estructura administrativa y para fijar una políticas expansivas que bien podrían haberse recogido bajo el eslogan Que no falte de ná.
Eran tiempos estupendos. Aún no había estallado ninguna de las crisis que ha conocido nuestro actual periodo democrático, empezaba a llegar el dinero europeo, los socialistas habían demostrado al mundo que eran limpios y educados y que, en consecuencia, se podía invertir con ellos, y comprar y vender y divertirse. No por casualidad el ministro Carlos Solchaga declaró que «España es el país del mundo donde más rápido puede uno hacerse rico».
El Madrid de la beautiful people
Madrid no era ya el poblachón manchego de Azorín, pero le faltaba caché para dar cabida al mundo de la beautiful people que el mismo Solchaga representaba y que estaba haciéndose con el poder político y económico en España. Había que hacer cosas para dotar de empaque a la capital del Reino y una de ellas (abrevio, que si no no acabo) era construir un eje arquitectónico cultural desde San Francisco el Grande hasta el Paseo del Prado, pasando por la Puerta de Toledo y la glorieta de Atocha. (Mis lectores no madrileños, que son muchos, pueden echar un ojo a través de Google Earth para hacerse una idea). Ahí entra el Mercado, el viejo mercado de pescados, ruinoso y desatendido.
“Que se rehaga”, dicen que dijo alguno de los mandamases. “¿Y qué hacemos allí?”, preguntaron los que tenían que atender la orden. Alguien tuvo la idea: “Antigüedades. llenémoslo de anticuarios y vendamos antigüedades”. “Pero allí está el Rastro. Justo allí mismo”. “Pues por eso: vendamos antigüedades a quienes no se atreven a entrar en el Rastro”.
A ver: en el Rastro entra cualquiera, entonces como ahora, y en aquellos años, justamente, los que más entraban eran los influencers de la época, la Alaska que empezaba a ser Alaska o el García-Alix que arrancaba con sus primeras fotos. El Rastro de Madrid era la vida misma y no cerraba la puerta a nadie. Pero precisamente por eso había gente, la top más top de la sociedad madrileña, que llevaba fatal presentarse en su Mercedes con chófer uniformado a rebuscar antigüedades de las que allí abundaban. Para ese público top se construyó el Mercado Puerta Toledo. Un edificio bello, funcional, amplísimo (de hecho la tercera parte nunca se llegó a ocupar) que además de llenarse de anticuarios, contó también con espacios muy modernos de moda, restauración y de ocio.
Para que se hagan ustedes una idea de lo que iba la fiesta: un anticuario podía comprar por la mañana un mueble a uno de sus colegas del Rastro por doscientas mil pesetas y venderlo por dos millones en su tienda del Mercado pocas horas después. Eso por el día: por la tarde, desfiles a gogó de Moda España y por ahí, y por la noche, alguno de las astros progres más cotizados de la pequeña pantalla llenaba su local de niñas y niños monos al grito tan de entonces de Pongamos que hablo de Madrid.
Me lo decía el otro día un anticuario que tuvo asiento en esos lares: “Aquello fue una máquina de hacer dinero. Durante dos o tres años nos forramos”. ¿Y luego? “Todo se fue al carajo, no es fácil saber por qué”.
Bueno, sí es fácil saberlo, pero nadie ha querido ahondar en ello. El Mercado se inauguró en 1988. En el 89 los socialistas ya habían perdido el Ayuntamiento y, ese mismo año, Leguina salvó una moción de censura gracias al voto de un tránsfuga, que dejó a Alberto Ruiz Gallardón a las puertas de la presidencia y con muchas ganas de devolver la puñalada. En el 93 Felipe quedó muy tocado para su último mandato y el PP se preparaba para iniciar el periodo hegemónico de José María Aznar.
Amiguismo, despilfarro… y más
El Mercado Puerta de Toledo no estaba mal gestionado: es que no estaba gestionado de ningún modo. Era todo un caos en el que dejadez, amiguismo, despilfarro y prácticas dudosas se entremezclaban sin ningún criterio. Las cuentas no salían y solo unos pocos resultaban beneficiados de aquel desorden. El deterioro empezó a producirse de manera progresiva e inexorable. Muchos anticuarios se dieron cuenta pronto y fueron abandonando unos locales por los que pagaban precios astronómicos. Otros se habían endeudado con los bancos a intereses que hoy nos parecen de usura y se obstinaron en afrontar la decadencia hasta devenir, algunos, en la ruina. Se cerraron las discotecas, con la colaboración, en algún caso, de las fuerzas de orden público, y el bello edificio, de amplios espacios y pasillos inabarcables, se fue quedando para alguna tienda residual y sucesivas propuestas de espacios administrativos que allí encajaban como monja vestida de torero.
El disparate de la gestión alcanzó el esperpento cuando ya en 1992 los responsables del centro se plantearon la privatización del Mercado para quitarse el marrón de encima. Alguien debió ponerse serio: aquello era, además de ilegal, imposible.
Finalmente, llegaron al poder los populares. Escalonadamente, claro: primero el Ayuntamiento, después la Comunidad y finalmente el Gobierno de la nación. Y el Mercado Puerta Toledo, hecho ya una perfecta piltrafa, pero proveedor aún de algunas suculentas sinecuras perfectamente absurdas vio pasar por sus pasillos a personajes singulares del PP madrileño, alguno de los cuales ha cambiado el despacho hipermoderno por las instalaciones algo más austeras de Soto del Real.
El bipartidismo en estado puro.
Y a partir de ahí, el Mercado continuó una agonía incesante que duró hasta que en 2015 se cedió a la Universidad Carlos III para albergar un campus urbano.
Preguntas que quedan en el aire hasta que alguien investigue esta historia: ¿cuánto dinero se dilapidó en este disparate?, ¿cuánta gente se forró en esta operación?, ¿cuántos comerciantes se arruinaron por creer en las promesas del gobierno regional?, ¿cuántos intermediarios tramposos disfrazados de lobistas vendieron favores y repartieron dádivas?
Los años ochenta fueron muy interesantes y se habla de ellos con cierta veneración. Pero algunas cosas que sucedían entonces no hubieran tenido hoy un pase.
Publicado en La Política Online el 7 de abril de 2021