Por una vez me voy a ajustar a la actualidad más rabiosa. El día 12 de abril, ayer mismo como quien dice, la Comisión de Transición Ecológica y Reto Demográfico del Congreso de los Diputados recibió al presidente del Consejo de Seguridad Nuclear, que compareció, excepcionalmente, para un asunto monográfico: quejarse de haber recibido en un plazo de tres años la desbordada cantidad de cinco cartas en las que los remitentes se quejaban por el retraso del informe que este organismo tiene que emitir en torno a la explotación minera de uranio que la empresa Berkeley dice que quiere llevar a cabo en la provincia de Salamanca.
Como si de España misma se tratara, los portavoces de los grupos presentes en la Comisión se dividieron en dos bloques. Los de la izquierda pusieron el grito en el cosmos por la presión intolerable a la que se sometía al organismo y por el daño ecológico brutal que supone para la comarca la extracción del uranio de la mina de Retortillo. Los de la derecha pusieron el grito en Las Batuecas para lamentar la pérdida de riqueza para España y de empleo para la comarca por el intolerable maltrato al que se estaba sometiendo a esta honestísima empresa que lo único que quiere es hacer el bien y que todos nos beneficiemos de ello.
En el asunto de las cinco cartas que motivaban la comparecencia también los bloques se retrataron: la izquierda -Izquierda Plural, Unidas Podemos y PSOE- habló de sospechosas maniobras, y de sus bocas salieron las palabras malditas: lobbies, grupos de presión, y tal y tal. La derecha mostró su extrañeza ante el hecho de que se considere presión, por ejemplo, una carta de la comunidad autónoma en cuyo territorio está la mina y dos más de la empresa preguntando aquello de cómo-va-lo-mío. Y hablando de presiones, decían tanto Vox como PP (Ciudadanos no estaba ni en un bloque ni en otro: simplemente no estaba), habría que preguntar acerca de las ejercidas por los colectivos ecologistas y las oenegés que llevan años oponiéndose al proyecto. El compareciente, a todo esto, jugaba a neutral -«órgano independiente» y estas cosas que se dicen- aunque enseñaba la patita cuando, por ejemplo, se permitía tutear al diputado de Unidas Podemos -el activista medioambiental López de Uralde- porque lo de «su señoría» se le atascaba.
Sensatas, lo que se dice sensatas, se dijeron pocas cosas. Una de las pocas la dijo la diputada Inés Sabanés -Izquierda Plural, es su grupo- cuando señaló que todo este lío de las cinco cartas se habría resuelto si estuviera bien regulado el asunto de los lobbies, sobre la base de criterios de transparencia y juego limpio. Muy sensato el comentario, coincidente de lleno con lo que los lobistas de bien (APRI y tantos otros) llevamos reclamando desde hace diez años. Considerando que la señora Sabanés pertenece a la mayoría gubernamental, le sugiero que ella misma se autopresione para sacar adelante la ley que prometieron y en la que, se dice, están trabajando.
El truco de la mina que no existe
Los parlamentarios, tanto los de un bando como los de otro, con este rifirrafe de las cinco cartas, le hicieron el juego a Berkeley al eludir la pregunta clave: Por qué esta empresa minera australiana se instaló en España hace más de diez años y lleva desde entonces proclamando a los cinco vientos que quiere reabrir la mina de uranio de Retortillo en Salamanca pese a los infinitos obstáculos que, al parecer, unos y otros le van poniendo en el camino.
Verán. La historia es muy larga y no quiero aburrirles con ella. Así que les daré una repuesta telegráfica y luego, si me queda sitio, me explayo un poco en la explicación, de manera que el que quiera pueda dejar el artículo a medias conociendo ya el final.
Repito, pues, la pregunta: ¿Por qué Berkeley no consigue explotar el uranio de Salamanca? La respuesta: Porque no hay uranio. O para ser exactos, porque el uranio que hay, por volumen y por localización, no puede ser extraído.
Siguiente pregunta: Si no hay uranio, ¿por qué Berkeley sigue empeñada en el proyecto, en el que se ha gastado, dicen, casi cien millones, y está dando empleo a sesenta personas? La respuesta: porque Berkeley no vive del uranio, sino de la especulación bursátil.
(Quien tenga prisa, puede dejar de leer aquí: el resto del artículo es un desarrollo, en todo caso muy sintético, de lo anterior).
A veces, los socialistas prefieren lo privado a lo público
El uranio en Salamanca se empezó a explotar a comienzos del siglo veinte, y en los últimos decenios corrió a cargo, como parece lógico, del Estado, a través de la Empresa Nacional del Uranio (Enusa). Los directivos y profesionales de Enusa -gente muy seria, créanme- llegaron en los primeros años de este siglo a la conclusión de que aquello no daba más de sí y acopiaron recursos y procedimientos para acometer la titánica tarea de restaurar la zona, de limpiar las aguas, de reverdecer el entorno que había sido deteriorado tras un siglo de explotación minera radioactiva. Pero cuando Enusa estaba en estas, llegó una empresa australiana a la que nadie conocía, Berkeley -primero con socios franceses que le aportaban pedigrí, después con socios coreanos que soltaban la tela: los socios se le iban con la misma velocidad con que llegaban- y convenció al Ministerio de Industria y Energía de que Enusa estaba equivocada, de que en Retortillo aún había uranio y de que, si se lo permitieran, ellos iban a crear riqueza y empleo en la comarca como no se había vito desde los tiempos de Roma.
Hay que dar nombres, perdónenme si parezco faltón: el ministro que quitó la competencia a la empresa pública para dársela a Berkeley se llamaba, y se llama, Miguel Sebastián, a la sazón titular de la cartera en el segundo gobierno de Rodríguez Zapatero. Por allí andaba también el que había sido ministro de Trabajo del primer gobierno del leonés y al que Zapatero había enviado al rincón de pensar en la Fundación Ideas. Me refiero a Jesús Caldera, a la sazón y por mucho tiempo diputado socialista por la circunscripción de Salamanca, y muy interesado por tanto en el progreso de su provincia.
Sebastián y Caldera, pues. Cuando escuché, en la sesión parlamentaria que nos ocupa, al portavoz socialista Germán Renau atacar a Berkeley y defender las soluciones ecologistas para la comarca, me alegré porque me parece muy sano el ejercicio intelectual de cambiar de opinión: quizá, tal vez, un toque expreso de autocrítica a veces no vendría mal. Y al señor Renau se le olvidó.
La estrategia de la dilación
Berkeley recibió desde el primer momento el apoyo de todas las instituciones: de los ayuntamientos de la zona, de la Junta de Castilla y León, de la Administración central. Lástima que sus técnicos necesitaban tiempo para entender aquel proyecto engorroso y confuso. Solo hablaron en contra -Enusa, amordazada por su propio gobierno, no lo pudo hacer- las organizaciones ecologistas. Pero incluso estas erraban el tiro porque, con su oposición al proyecto, lo impulsaban. Si Berkeley hubiera recibido de inmediato todos los permisos para reabrir la mina y explotarla se le hubieran visto las vergüenzas: es justo lo que no quería. Por eso, como en la sesión parlamentaria reflejó perfectamente el presidente de CSN, la documentación que la minera exhibe es siempre «deficiente e incompleta». No por incompetencia -cuenta con cuantos expertos necesite a golpe de talón- sino por táctica.
Berkeley lleva más de diez años haciendo una prodigiosa estrategia de comunicación financiera: periódicamente anuncia grandes avances en su proyecto -un papel recibido de una oscura oficina administrativa, una prospección que apunta, dicen, en la dirección correcta, el fichaje de un sonado directivo- y con ello consigue que el valor de la acción se dispare en las tres bolsas en las que cotiza -Australia, Londres y Madrid-. De vez en cuando -acaba de hacerlo hace unos días- amenaza con acciones legales para obtener sustanciosas indemnizaciones por los supuestos perjuicios de los retrasos acumulados, y siguen, entretanto, presentando los papeles tarde y mal para que la rueda no se pare.
A los amigos de Berkeley ya se les va viendo las costuras. En la sesión parlamentaria, el diputado López de Uralde -de lejos, el más enterado de esta historia y el que había convocado la sesión- ya esbozó su sospecha de la estrategia especulativa de la minera australiana. Pero si esto es así, ¿por qué siguen todos- López de Uralde incluido- haciéndole el juego a la empresa? Déjense, queridos ecologistas, de insistir en el daño ambiental que Berkeley va a hacer en la comarca. Berkeley no va a sacar de Retortillo ni un gramo de uranio, no solo porque no lo hay, sino porque no es a eso a lo que juega.