Dos novios y una columna

De Alessandro Manzoni se sabe poco en España, como se sabe poco de todo cuanto sucede en nuestra vecina Italia. Manzoni es -mutatis mutandis y con todas las salvedades que queramos hacer- el Cervantes italiano, en el sentido de que su novela I promessi sposiLos novios para los hispanohablantes- juega en aquel país el mismo rol de configuración del universo simbólico nacional que el Quijote entre nosotros. Pero en tanto que nuestro caballero andante y su escudero son sobradamente conocidos entre cualquier italiano de cultura media, son pocos los españoles que tienen a Renzo y Lucia como personajes literarios reconocibles.

Los novios es una extraordinaria novela histórica cuya acción se desarrolla en la región de Lombardía entre los años 1628 y 1630. Una novela  intensa, tierna, romántica, dura, bellamente escrita y muy bien estructurada. La primera novela moderna del naciente estado italiano y una obra que vertebra toda la literatura de ficción posterior de nuestros vecinos.

Su autor, el mentado Manzoni, había nacido en Milán en 1785. Histórica y geográficamente le tocó vivir un periodo muy fecundo: nació a tiempo de empaparse del racionalismo volteriano, antes de insuflarse con la pasión napoleónica y desembocar de manera fluida en un romanticismo fundacional en el que nunca se sintió cómodo. Agnóstico en su juventud, firme creyente después, terminó por convertirse en un intelectual polifacético, complejo e inclasificable. En Italia, esta complejidad le ha perjudicado: en los tiempos duros de la polarización ideológica de la posguerra, Manzoni era mal visto por los comunistas, que lo acusaban del grave delito de ser católico, en tanto que los democristianos le reprochaban la dureza de sus análisis sobre el dudoso papel de la Iglesia en el avance de la razón.

Con más de cuarenta años, consagrado ya como un intelectual de prestigio, publicó una primera versión de Los novios, que obtuvo un éxito importante. Casi quince años después, en 1840, reescribe y publica la misma historia en la variante toscana del incipiente italiano que estaba por entonces vertebrándose.

Pero algo le andaba ya rondando en la cabeza.

Solo dos años después de la publicación de su obra maestra, escribe y publica la Historia de la columna infame, un pequeño opúsculo que representa un giro radical en su escritura.

La tal columna es el monumento que se levantó en Milán en 1630 -bajo dominio español, dicho sea de paso, aunque este sea un dato irrelevante-  por orden de los propios jueces que detuvieron, torturaron y mataron atrozmente a dos pobres desgraciados a los que, a sabiendas de que no era cierto, acusaron de haber propagado la peste en la ciudad. El monumento pretendía, al decir de sus impulsores, preservar en la memoria futura el daño causado por los supuestos culpables. Duró apenas un siglo, y es lástima, porque hubiera sido un buen recordatorio presente de hasta qué extremos de barbarie puede alcanzar la iniquidad inquisitorial.

El suceso, que Manzoni había incluido en una de sus primeras versiones de Los novios, lo utilizó nuestro autor para cambiar radicalmente de registro y firmar uno de los primeros reportajes periodísticos de la historia de la literatura. Un reportaje perfectamente equiparable a los que siglos después han escrito gentes y nombres como Kapuscinski, Talese, o Chaves Nogales..

En la Historia de la columna infame no queda un miligramo de espacio para la ficción. Todo cuanto se narra no solo es manifiestamente cierto sino que aparece documentado y verificado sobre la base de actas judiciales, cartas y testimonios. Se acabó la broma. Manzoni abandona las bucólicas e imaginadas aventuras de Renzo y Lucia, enfrentados a un mundo cruel al que terminan venciendo, y se adentra en el horror brutal con que dos jueces mendaces destruyen a un pobre barbero y a un modesto inspector de sanidad en nombre de la salud pública y el bien de la comunidad.

Otros dos años después, como si los tiempos los tuviera medidos y encajados en su ordenada cabeza en formato binario, Alessandro Manzoni publica la explicación del cambio acaecido entre las dos obras anteriores: el ensayo Del romanzo storico (e, in genere, de i componimenti misti di storia e d’ invenzioni), un largo y engorroso título que los editores españoles, muchos años después, han resuelto con un contundente y bien buscado título: Alegato contra la novela histórica.

Caramba con Manzoni: el autor de la mejor novela histórica italiana (al menos hasta El nombre de la rosa) se lanza a despotricar contra sí mismo. ¿Qué le había sucedido?

Lo veremos el próximo día.