— ¿Qué tomas?
Nora hace un puchero de indecisión y me pregunta:
— ¿Qué me sugieres?
Y yo:
— Vete a saber. No tengo muy claro qué os sienta mejor a los personajes de ficción.
— Tú estás bobo… Anda, pídeme un spritz.
Ha venido hecha un brazo de mar. Unos leggins resueltos, una camiseta sin mangas, leves pendientes dorados, una ligera cadena. Tacones discretos, pero firmes. Y pintada como una puerta.
Lo que es ella en su mismidad.
— Los años no pasan por tí, Nora.
— Ya ves, cariño. Y ni un retoque me he tenido que hacer. Todo natural, como el queso de cabra.
— Vaya comparaciones que te buscas.
Deja de escucharme. Se la ve preocupada.
— Cariño…
Ella siempre me llama cariño, que es el modo de decirme que no le intereso lo más mínimo.
Prosigue:
— Se me están terminando los ahorros.
— Pues a mí no me mires. Tu novela no me ha sacado de pobre.
— No te estoy pidiendo pasta…
— Y trabajo no puedo darte…
Salta como si la hubieran pinchado en el culo.
— ¿Trabajo? ¿Por quién me has tomado?
— ¿Entonces?
— Estoy pensando en volver a la política…
— No puedo decir que me soprenda… Pero no lo tienes fácil. A tu pueblo no puedes volver después de cómo terminó aquello. En el que ahora vives no te conoce nadie. No perteneces a ningún partido, de modo que ninguno te va a meter en sus listas.
— Pero sigo teniendo las mismas armas que tenía antes.
— Y veinte años más.
— … O sea, más sabiduría.
— No sé qué decirte.
— ¿Me ayudarías?
— ¿A qué? ¿A buscarte un hueco?
— A hacer campaña.
— ¿Campaña? ¿Cómo? ¿Dónde?, ¿de qué manera?
Nora se destensa un poco, medio se sonríe, me brinda un mohín.
— Pídeme otro spritz y te cuento.
Lo he pedido, claro, A ver quién le dice que no a Nora.
La historia de Nora se puede leer aquí y cuesta, más o menos, lo que tomarse un vermú. También se puede comprar, en papel o en digital, en la editorial Adarve.