El blog de Juan Torres


Atención muy primaria


Salí del hospital el lunes 6 de abril a primera hora de la tarde. Al darme el alta, la doctora me indicó que a partir de entonces el seguimiento de mi enfermedad correría a cargo de mi centro de salud, el mismo que durante una semana me había tenido desatendido e indefenso, como tuve ocasión de narrar en una entrada de este blog. No me preocupó mucho: yo ya había aprendido el camino a urgencias, si las cosas venían mal dadas.

Me sorprendió agradablemente que el primer día de estancia en mi domicilio -doblemente confinado por el estado de alarma y por la cuarentena que estaba obligado a guardar- recibí una llamada telefónica:

-Buenos días, le llamamos del centro de salud. Como le dieron ayer el alta en el hospital, le llamamos para ver cómo se encuentra. -Era una voz de mujer, funcional y acelerada.

Le agradecí la llamada y le expliqué que me encontraba bien, dadas las circunstancias, pero que seguía con problemas respiratorios -ahora ya sin oxígeno- y con dificultades para conciliar el sueño. Mi interlocutora no se detuvo en mis explicaciones y se limitó a preguntar de un modo un tanto mecánico:

– ¿Fiebre? ¿Tos?

Ya hacía dos semanas que aquellos síntomas iniciales de la enfermedad habían desaparecido, y así constaba en mi informe, pero entendí que por razones de protocolo hubiera de preguntarlo. Cuando le reiteré que no tenía ni tos ni fiebre, pero que mi respiración era todavía endeble, mi interlocutora zanjó:

– De acuerdo: le llamaremos en un par de días, a ver cómo va.

En efecto, dos días después se repitió la llamada y la conversación fue idéntica. ¿Fiebre? ¿Tos? No: pero la respiración es insuficiente y duermo mal. Aquí se introdujo una variante:

-Bien. Pasamos nota para que le llame un médico hoy mismo.

Naturalmente, no llamó nadie (y digo que naturalmente porque, por el tono de la conversación, me peració dudoso que el aviso llegara a ninguna parte). Y otros dos días después, la conversación se repitió de nuevo:

Aquí no me quedó otra que romper la monotonía de la conversación e introducir un poco de color: «Escuche, señorita…

-¿Tos? ¿Fiebre? (…) Pasamos nota para que le llame un médico hoy mismo.

Aquí no me quedó otra que romper la monotonía de la conversación e introducir un poco de color:

– Escuche, señorita. Yo les agradezco mucho que llamen y que estén tan pendientes de mí, de manera que no considere un reproche lo que le voy a decir: pero esta conversación, idéntica en sus términos, la tuvimos hace dos días y no me llamó nadie…

– Ah, ¿no le llamó nadie? Pues paso nota para que le llamen. – Y colgó.

Apenas dos horas después sonó de nuevo el teléfono. Era una voz de mujer madura, inquisitiva y espesa.

– Soy la doctora X (no entendí el nombre), del centro de salud… A ver, qué le sucede… ¿Para qué ha llamado?

-Yo no la he llamado, doctora…

-Pues yo tengo aquí un aviso…

-Es la persona que me ha llamado la que ha dicho que pasaba nota a un médico…

-Da igual: cuénteme qué le pasa.

Le conté mis penas y mis carencias. Me dijo que todo iba bien y que siguiéramos como estábamos. Me colgó de bastantes malos modos.

Nueva llamada, dos (o tres, o cuatro) días después.

-Le llamo del centro de salud. ¿Tos? ¿Fiebre?

Vuelta a lo mismo. Que me llamaría un médico. Y en efecto, al día siguiente me telefonea un doctor, con voz de muy mayor, pero mucho más amable que su colega.

-Va todo bien, no se preocupe… ¿Que se hiciera una radiografía en un mes, le dijeron en el hospital? Uy, qué va, ninguna prisa… Mes y medio, por lo menos, no se haga problema. Va todo bien.

El amable doctor -porque lo era de verdad, por eso quiero dejar constancia- me preguntó si ya había salido de mi cuarentena a lo que contesté afirmativamente.

-Tenga cuidado -me dijo-. No es seguro que haya eliminado el virus de su organismo.

Le informé de que me había hecho el test correspondiente nada más cumplirse los catorce días y que el resultado era negativo. Por aquellos días, la sanidad pública solo hacía test a ministras y vicepresidentas del extenso gabinete ministerial (perdón: y a alguna presidenta autonómica), pero el amable doctor no se interesó por el modo en que lo había conseguido ni por su validez ni por su veracidad.

– Estupendo -me dijo-. Puede estar usted mucho más tranquilo. – Y se despidió.

Por no interesarse, no se interesó siquiera por las personas con quienes convivía, manteniendo con ello una coherencia admirable con sus colegas y subordinados del centro de salud, ninguno de los cuales, hasta la fecha, ha tenido hasta ahora el más mínimo interés por un dato tan básico de la investigación epidemiológica.

El mes de abril transcurrió en esta agradable dinámica con alguna llamada más para preguntarme si tenía tos o fiebre.

Por fin, el lunes 4 de mayo, la tradicional llamada del centro de atención primaria, que solía producirse por la mañana, me llega con la tarde ya avanzada. El tono cambia, el modo de presentación, el enfoque:

Casi a la misma hora que el día 20 de marzo, cuando me ingresaron, hice el mismo recorrido que entonces. Como entonces, cogí el cargador del móvil, porque nunca se sabe. En el centro, casi todo fue igual que entonces, pero el ambiente era más relajado, más cordial, como si ya no pasara nada (o pasara menos).

-Buenas tardes, soy la enfermera Z. Cuénteme, cómo se encuentra…

Le explico, le cuento, me desahogo, y la encuentro tan profesional que le digo:

-Fíjese: me había propuesto que a la próxima persona que me preguntara si tenía tos o fiebre le iba a colgar el teléfono.

-Le entiendo perfectamente, hemos estado tan a tope que las llamadas de seguimiento las han tenido que hacer administrativos sin ningún criterio profesional…

-Bueno, he hablado con dos doctores que me han dicho que va todo bien y que las radiografías, ya si eso…

Estupor, asombro, voz de alarma:

-¿No le han hecho ninguna placa desde que salió del hospital? Qué disparate. Voy a consultarlo con la doctora de guardia… (…). Lo he hablado con ella: véngase ahora mismo…

Casi a la misma hora que el día 20 de marzo, cuando me ingresaron, hice el mismo recorrido que entonces. Como entonces, cogí el cargador del móvil, porque nunca se sabe. En el centro, casi todo fue igual, pero el ambiente era más relajado, más cordial, como si ya no pasara nada (o pasara menos).

Me hice la radiografía. De regreso con la enfermera:

-Un momento, que lo vea la doctora (…). La doctora dice que aún tiene una mancha grande en el pulmón derecho: que se vaya a urgencias inmediatamente. Tenga el volante.

-¿Al hospital? ¿Ahora? (Eran las 8,30 de la tarde, aproximadamente). ¿No da lo mismo si voy mañana?

– Nosotras nos quedaríamos más tranquilas si va hoy.

Fui. Mucho más relajado que la primera vez. Más relajado yo, y las urgencias del hospital, que ya respiraban una cierta normalidad. Una analítica. Más pruebas. Varias horas. Finalmente, la especialista:

-Está todo bien. No sé por qué le han hecho venir.

-Es que en atención primaria no les ha gustado la placa…

-Claro. El pulmón sigue tocado. Pero si la hubieran comparado con la de hace mes y medio habrían visto que va todo bien. Que es la evolución normal.

Me vuelvo a casa. Nadie se interesa por esa visita. Pasan otro par de días. Nueva llamada del centro de salud para preguntarme si tengo fiebre o tos. Me informan de que ya se hará cargo del seguimiento la médico de familia que me corresponde. La conozco de una vez que había ido a su consulta para algún tema muy menor. Y en efecto, me llama el viernes de esa misma semana: es decir, el 8 de mayo.

Comienza la conversación de un modo un tanto insólito:

-Ya está usted bien entonces, supongo. Porque veo que lleva mucho tiempo de baja…

-Es posible, no lo sé, lo que usted considere. Pero el lunes estuve en urgencias y me dijeron que el pulmón derecho aún no estaba recuperado…

-Ah, qué me dice. Es que no he visto el informe. Espere un momento que lo recupero… (….). Caramba, está usted bastante mal… Claro,es que ha estado muy grave… Claro, ahora lo veo… Lo que no encuentro es el TAC. (…) ¿Qué me dice?, ¿que no le han hecho ninguno? No puede ser: ahora mismo le preparo un volante para que se vaya a urgencias a hacérselo (…). Nada, nada, ahora mismo. Así yo me quedo más tranquila…

La tranquilidad es lo que más me importa, así que a mediodía me fui de nuevo a urgencias, por segunda vez en la semana. Toda la tarde: una nueva analítica y tac de contrastes. Unas seis horas. La especialista: que todo bien, no perfecto, pero progresando adecuadamente.

Mi médica me llamó el martes, cuatro días después de las pruebas (solo dos laborables, claro). Una vez más, no tenía ni mis informes ni mis resultados delante. Hablamos amigablemente: que todo bien, gracias. Para ser mi médico de familia, no se acordó de preguntarme por la mía. Sigue sin saber con quién vivo y ello pese a que mi mujer es también paciente suya.

El viernes 22 volvemos a hablar. Tampoco tenía mis informes delante, pero estima que ya estoy muy bien y que la semana que viene me dará el alta.

Estoy de acuerdo con ella: ya he pedido cita con los especialistas que quiero que me vean a través de una póliza privada. No creo que me pregunten si tengo tos o fiebre, pero, en su caso, ya se lo diré yo, una vez que hayan visto los informes.

Entrada del blog Enfermo de covid del 27/05/2020



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