Pegatinas

Hace muchísimos años, en los inicios de la ahora malhadada Transición, se lanzó un eslogan, supongo -aunque no estoy seguro- que con motivo de la Feria del Libro de Madrid, extraordinariamente hermoso y eficaz: «Más libros, más libres», decía, y todos cuantos aspirábamos a que la ansiada libertad se instalara definitivamente en España, nos pusimos la pegatina en el pecho desde la convicción de que habíamos dado con la solución a todos nuestros problemas.

Este procedimiento del eslogan ramplón y simple es uno de los más queridos por la mayoría de los que circulan por la plaza pública. Especialmente en el campo de la política, de las demandas sociales y de las filias y fobias deportivas: es de admirar la ingente cantidad de ripios y rebuznos en los que se sintetizan reivindicaciones, aspiraciones ideológicas, deseos, exigencias, alabanzas e insultos.

El gran Sánchez Ferlosio, uno de los escasos intelectuales vivos que no se rinde a las simplezas, sostiene que lo que le salvó de caer en los eslóganes de pegatina y lo liberó del «grotesco papelón del literato» fue la hipotaxis, es decir, la incansable subordinación de frases encaminada a construir párrafos complejos en los que cupiera la exposición de una idea con todos los matices necesarios para captar su complejidad.

Es un método, desde luego, y estaría muy bien que todos los que le damos a la tecla supiéramos aplicarnos a la filosofía normativa de Ferlosio. Pero basta con algo más fácil: basta con salir de la simpleza adolescente con que suelen abordarse la mayoría de los debates, encaminados por lo general a obtener la victoria de lo blanco sobre lo negro antes que a describir pormenorizadamente la complejidad de lo gris.

Hay quien dice que la culpa de este revival de los eslóganes la tiene Twitter y las redes sociales, que han acotado la formulación del pensamiento a unos pocos caracteres. Es  un clásico: culpar a las nuevas tecnologías de nuestros errores se parece mucho a cuando se culpaba a la imprenta de despertar a las masas, o a la máquina de vapor de incrementar el paro o  a la revolución industrial de fomentar la desigualdad: menos cargar cada uno con sus responsabilidad, todo lo demás vale.

Pero no, amigos y amigas: las pegatinas han existido siempre y siempre han servido lo mismo: para fomentar la pereza intelectual y evitar los debates rigurosos y consistentes, esos que abren puertas y derriban dogmas a costa, eso sí, de desmontar tópicos y de arrancarnos de los lugares comunes en los que solemos encontrarnos instalados.

Lo diré más claro, al hilo de la Feria que se inaugura en los próximos días: los libros no hacen  libre más que a quien ya sabe serlo por su cuenta.